El pasado viernes, 16 de Octubre, por la noche tuvimos la oportunidad de homenajear a una compañera que ha compartido ¡¡¡¡47 añoooossss!!!! con todos los que seguimos y, algunos de los que terminaron su etapa laboral aquí. Colaborando, participando y enriqueciendo grandes momentos en nuestro colegio, y que ha estado al pie del cañón cada día desde el primero.
Queremos que nos permitáis hacer extensible el homenaje del Viernes a través de este blog, para que todo aquel que pase por aquí y pueda leer esta publicación, conozca un poco a la gran educadora con la que hemos tenido la grata posibilidad de trabajar codo con codo.
Al acto acudieron, tanto compañeros que han compartido las últimas
jornadas profesionales de Marisa en el “Dulce Nombre de María”,
como muchos otros que ya finalizaron su labor profesional con
anterioridad. Era el propósito, hacerla saber, de todo el
agradecimiento y admiración que le procesamos los afortunados
compañeros que hemos tenido ocasión de conocerla; dado que dichos
parabienes, Marisa se los fue ganando muy merecidamente por su labor
profesional demostrada desde el primer día hasta el último de su
ejercicio, así como, por su gran derroche de humanidad que siempre
dispensó.
Marisa nos deja grandes momentos y una actividad intensa e ingente en el aula con sus alumnos. Es un referente y una fuente inmensa de ideas y proyectos para cualquier nivel curricular, efemérides, actividades conjuntas y fiestas. Pero si por algo cabe recordar su actividad educativa en el Centro es por su paciencia, simpatía (la sonrisa siempre por delante), la actitud positiva, la ilusión diaria que nos transmitía y la utilización de la música y el teatro como herramientas para llegar a los alumnos y ofrecerles ese abanico de posibilidades que nos dan estas dos artes.
Aquí, os vamos a dejar las palabras que nos dedicó durante la comida en las que no faltaron sus recuerdos y referencias a las personas que la acompañaron y la grata actividad que nos trae a diario a este gran centro.
En primer lugar,
agradezco la presencia a todos los que estáis. ¡No esperaba tanto!
Pero reitero mi agradecimiento.
Mis recuerdos en
“Dulce Nombre” se remontan a la primavera del 69, o sea... ¡Ayer!
Cuando entonces el director era Pepe García. Empecé a hacer
meritaje en el aula de Elvira Aguilar, profesora estatal y que estaba
destinada en este centro. De ella aprendí una forma moderna, pro
aquel entonces, de enfocarla enseñanza especial. Hay que recordar
que esto fue hace 46 años, cuando los niños con un CI inferior a 50
no eran escolarizados. Así que me colé por ahí y comencé a
sustituirla, al igual que a otros profesores.
Los inicios fueron
duros, pero fui descubriendo que a través de la música los niños
respondían con un mismo lenguaje, utilizando y consiguiendo por
igual el volumen, el timbre y la intensidad musical. Debo añadir con
honestidad que, aunque a veces era yo la que les enseñaba. La
mayoría del tiempo era yo la que aprendía de ellos. Me lanzaban
retos sin ser conscientes de que era yo la que los tenía que superar
y a la vez que disfrutábamos haciendo música y teatro como forma de
expresión y estimulación.
En los últimos casi
25 años estuve al frente del taller ocupacional, me hice cargo de
los eternos niños grandes y descubrí la grandiosidad de sus gestos.
La humanidad y la solidaridad que tenían los unos con los otros.
Pienso que la calidad humana sdejae basa en la generosidad, una virtud
que a ellos les surgía de manera espontánea. ¡Qué fácil fue
trabajar con ellos! En mi recuerdo están esos niños que se fueron,
tal vez, a un mundo mejor pero que quedaron siempre en mi memoria.
Creo que ellos hicieron de mi una mejor persona.
En definitiva, me
siento profundamente a todos estos niños, pequeños y grandes, que
hicieron posible que mi estancia en este centro fuese una experiencia
llena como cualquier relación, de grandes momentos y de ocasiones
mucho menos felices, que han ido forjando una parte importante de la
persona que hoy veis aquí.
Siempre llevaré en
mi memoria a nuestro querido Julio, el jardinero del colegio. Un tipo
bonachón que se gastaba parte del sueldo en chucherías para los
niños.
Tampoco me puedo
olvidar de Pepa del lavadero, que siempre decía: “¡A mi nadie me
cambia el horario!”. Y es que voluntariamente llegaba a las 6 o 7
de la mañana con el consiguiente disgusto para las monjas, que
tenían que levantarse para abrirle la puerta... y allí se quedaba
hasta las 6 de la tarde, nunca ante de que todo el trabajo estuviera
terminado. Nunca hubo forma de convencerla para que respetara su
jornada de 8 horas.
¿Qué decir de
Domingo Álvarez? Secretario, contable, recepcionista, relaciones
públicas. Era el que hacía los electros y el que iba a hacer la
compra con la Madre Pastora... ¡Era un todoterreno!
A Atonio y Pepe el
pintor, dos hermanos que ponían alegría y motes a diestro y
siniestro.
A Pala Pala, que
todavía aparece por aquí como el Guadiana.
A Carmeli, que
teníais que verla como yo la he visto, con que cariño y eficiencia
atendía a los niños. Me contarion que vino un niño pequeño muy
enmadrado que no paraba de llorar. Le preguntaron como había
conseguido tranquilizarlo y ella, muy ufana, dijo: ¡¿Pues qué iba
hacer?!¡Echarme en su cama a su lado hasta que se quedó dormido
como si fuese su madre! Y de historias como estas, ¡muchas! Así era
Carmeli.
A tantos otros que
se fueron pero se quedan en la memoria de los que les conocimos,
precisamente por su buen hacer. Así era el personal que teníamos en
el “Dulce Nombre”.
Un recuerdo especial
a esas monjas que pasaron por nuestro centro y que estaban perennes
las 24 horas del día al pie del cañón.
A la Madre Dolores,
una monja pequeñita y con una dulzura increible que estaba encargada
del pabellón de los pequeños.
A Sor María del
Amor, que Juan Nuño y yo sabemos cómo la llamábamos... (por sus
cositas). Lo cierto es que a las niñas las modernizó físicamente
haciéndoles peinados y vistiéndolas elegantemente.
A la madre Araceli
Corpas, que se hizo cargo del pabellón de los mayores y con quien,
por su fuerte carácter, chocaba al principio. De todos modos, como
lo cortés no quita lo valiente, tengo que decir que fue estupenda
con los de su pabellón y que finalmente terminamos siendo amigas
(como decía ella).
A la madre Juana,
que escribía relatos y poesías (cosa que pocos sabían), que estaba
encargada de la cocina y que hacía para los niños unas paellas y
tortillas de patatas amén de unos huevos rellenos de anchoas o atún
que se chupaba una los dedos.
Yo le decía que
cuando hiciese huevos rellenos pusiera alguno de más y ella me decía
que no hacía falta porque siempre hacía más de la cuentapara los
que se perdían por el camino. ¡No he comido nunca unos huevos
igual!
A la madre Pastora,
pilar del colegio. Muy inteligente, eficiente, divertida y socarrona.
A ella también le gustaba el teatro. Era la eterna sustituta de
todas las superiores que hubo en el Colegio. Ella sabía en todo
momento lo que los niños necesitaban.
Por otra parte, me
gustaría recordar especialmente a nuestro fundador Don Miguel de
Linares, quien supo no crear una empresa sino una gran familia(como
él decía) y que ponía la altura de la terapia el afecto. En sus
propias palabras: “Lo realmente efectivo es lo afectivo”.
Espero que ese
espíritu que existía entonces no se pierda y continúe en los años
venideros.
Para concluir, me
gustaría recordar el primer día que me hice cargo de una clase.
Recuerdo que llegué a casa y me dije a mi misma: “¡No vuelvo, no
vuelvo!”. Sin embargo, ahora que todo ha terminado, no me quiero ir
pero así tiene que ser porque el tiempo pasa y no lo hace en vano y
hay que dejar pasar el aire fesco.
Muchas gracias a
todos
Desde aquí y siempre....¡GRACIAS!